Antes de comenzar el TIEMPO DE ADVIENTO la comunidad tuvo un día de retiro y silencio como preparación a este tiempo litúrgico tan importante. Queremos compartir algunas ideas extractadas de la charla que nos dio el Padre Javier Barros, quien abordó su reflexión considerando el Adviento desde una perspectiva litúrgica:
EXTRACTO de CHARLA
de P. JAVIER BARROS
SOBRE EL ADVIENTO
No solo los objetos pueden ser sacramentales*, el tiempo también puede ser un sacramental. Hay momentos en la vida que son muy significativos y la Iglesia reconoce también algunos momentos, y por eso están los CICLOS DEL AÑO LITÚRGICO, entre ellos está el ADVIENTO, tiempo especialmente elocuente y que se pueden conectar con este Misterio eterno del Señor.
En la alta Edad Media, en el Adviento, se leía el Evangelio que se lee hoy el día del Domingo de Ramos: la entrada de Jesús en Jerusalén. Se escoge este Evangelio porque aparece Cristo humilde y glorioso que viene, entra en Jerusalén, entra en la HUMANIDAD, como Dios y como hombre, en humildad y gloria, como servidor y como rey. Es el rey glorioso que viene humildemente sobre un asno y entra en nuestra vida. Es una totalidad lo que celebramos en Adviento. Cristo viene en la carne y viene en la gloria. Lo que esperamos es al Señor que ESTÁ VINIENDO. La encarnación es el primer momento de lo que YA SUCEDE.
En los textos que escuchamos durante este tiempo, se mezcla la Parusía con la Navidad, porque son las dos perspectivas del Adviento: preparar la gran venida, la última y la Navidad. Preparar la Navidad nos da certeza de que ya vino una vez y por tanto de que vendrá también de una manera definitiva. La encarnación es certeza, fundamento de nuestra esperanza, los dos sucesos son UNO SOLO: el que vino es el que viene. La certeza de que vino en la carne nos anima en la espera de la última venida gloriosa. Navidad no es un momento de sentimentalismo religioso, aunque inspire nuestra ternura -y es bueno que así sea-, pero en realidad la liturgia esta allí para CONFERIR CERTEZA, para que no tengamos dudas.
En la Misa, en el rito inicial el presbítero saluda a la asamblea diciendo: “el señor esté con ustedes”. Ese saludo es el deseo que tiene de ver a Cristo en la asamblea, que es su carne, quiere ver en ellos el rostro de Cristo. Después viene el reconocimiento de culpa, el reconocimiento de misericordia y luego el “Gloria”. Eso es el Adviento, el deseo de la presencia, el reconocimiento de que somos miserables ante la misericordia de Dios y luego la gloria. Esta es la dinámica del rito inicial de la Santa Misa.
La cristología del Adviento está bellísimamente explicada en las antífonas del Magnífica que comienzan el día 17 de diciembre, son las llamadas antífonas “O”. Dicen que son de Gregorio Magno y hablan de la fascinación de la Iglesia por Cristo, es como las mamás que no se cansan de nombrar a sus hijos de distintas maneras; es el lenguaje del amor, y así llama la Iglesia a Cristo: Sabiduría, Señor, Raíz, LLave, Oriente, Rey y finalmente Emanuel: “ERO CRAS”, “ESTARÉ MAÑANA” (palabra que se forma con las primeras letras de las antífonas), es el acróstico de las antífonas. Sabiduría (logos), Señor (Kyrios), Raíz, Clave, Oriente… Dios nos espera ahí donde están nuestras raíces, Él es también la llave para entender quiénes somos, es el Oriente, tomando la profecía de Zacarías, por eso hay que mirar siempre donde sale el sol, es el rey que es servidor y el Emmanuel, el Dios con nosotros.
El Salmo 84 es el gran salmo del Adviento, está muchas veces en la liturgia,
“la salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;…
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo;
el Señor dará la lluvia
y nuestra tierra dará su fruto”.
Cristo viene a hacernos “socios”, es el bello drama de la salvación de la humanidad, la lluvia cae, pero es de la tierra que brota la salvación, porque Cristo es de nuestra raza, es uno de nosotros.
El Adviento es peregrinaje, es caminar hacia el misterio, con esa gradualidad que es necesaria. Hay que perderse a uno mismo para encontrar a Cristo, “el que pierda su vida por mí la encontrará”. El Adviento es perderse a uno mismo pero para buscar el centro, perder la vida para encontrar al referente fundamental de nuestra vida. En ese sentido es una gradualidad, hay que caminar, hay que ir a dentro en la espesura como dice San Juan de la cruz, pero sobre todo, desde la perspectiva litúrgica, es Él el peregrino, el que esta viniendo, el Adviento es metáfora de la vida cristiana en movimiento, en búsqueda, en esperanza, es la metáfora de Dios que esta siempre dando un paso cada vez más hacia mí.
San Agustín dentro de las lecturas patrísticas habla del deseo, el Adviento es el tiempo para escuchar el deseo. En latín es “desiderum”, que significa echar de menos las estrellas. En la antigüedad las estrellas son la metáfora de lo divino. Cuando el “homo hábilis” se erige hacia la bóveda celeste y ve el cielo, ahí descubre la magnificencia y el simbolismo de lo divino. Echar de menos las estrellas es echar de menos al Señor. Nosotros estamos en esta posición de pie, levantados, resucitados, necesitamos la plenitud de la vida y la religión es eso: buscar la fuente de la vida, para eso somos cristianos y por eso el hombre busca a Dios. Sentimos que nuestra vida es precaria, se desmorona por todos lados y por eso está esa nostalgia, ese santo deseo de volver a ver a el rostro de Dios.
Ese deseo tiene un matiz de conversión, de un “volver”. Los griegos hablan de “metanoia”, cambio de mentalidad, pero en realidad es un “volver” ¿y por qué volvemos? Porque ya antes lo hemos visto, incluso aunque no hayamos conocido al Señor antes, Él ya estaba más “íntimo a mí que yo mismo” como dice San Agustín. Él me ha llamado, su palabra es presencia. San Agustín también dirá “tu mismo deseo es tu oración”. No hay que tener miedo al anhelo, porque ahí está haciéndose presente al Señor, Él llega por la puerta por donde yo lo llamo y el deseo es esa puerta por el cual nos está llamando para constituirse Él en la plena satisfacción de ese deseo. Estamos realmente bien hechos, somos insaciables y eso está bien, el problema es cuando nos equivocamos en ir a buscar la fuente de donde beber. El deseo es el gran motor a través del cual Dios nos va a ir llevando para encontrarse con nosotros. El deseo de Dios, en la arquitectura, se expresa en la verticalidad, en el “axis mundi”, “eje del mundo”. En las grandes torres y cúpulas de las iglesias se expresan ese deseo de alcanzar a Dios.
*signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se significan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia (Sacrosanctum Concilium n. 60).