El Papa nos invita a no desanimarnos en nuestra entrega y apostolado, hagamos el bien con la certeza de quien se entrega a Dios por amor será fecundo. Tengamos la seguridad de que ninguno de nuestros trabajos se pierde, no se pierde ninguna de nuestras preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún cansancio generoso, ninguna dolorosa paciencia, todo está en las manos de Dios y las hace fecundas. Muy queridos hermanos y hermanas, no nos cansemos de hacer el bien. Les propongo que la indiferencia no se dé entre nosotros, oremos los unos por otros, tratemos de ayudarnos, de estar cerca, de sentir al hermano consagrado como alguien que me pertenece y por el cual debo preocuparme, también de su salvación

Hermanos, Hermanas: busquemos seriamente nuestra santificación, como se nos recuerda: lo que el cristiano ha de hacer a diario, en este tiempo de cuaresma, lo hemos de hacer con mayor entusiasmo y dedicación

Cuaresma es tiempo de conversión, no desfallezcamos en nuestros propósitos, animémonos unos a otros a ser más fieles. No nos olvidemos: “de que tú y yo nos portemos como Dios quiere, dependen muchas cosas grandes”. No nos cansemos de hacer el bien y de motivar a los hermanos a que lo hagamos. Que la Virgen nos acompañe en este tiempo de gracia.

Muy queridos hermanos y hermanas: en este Domingo previo al inicio de la Cuaresma, en nuestras celebraciones y oración personal, no olvidemos de rezar incesantemente por la paz en el mundo y de manera especial en Ucrania, no olvidemos tampoco motivar a la oración y ayuno de este Miércoles de Ceniza, que el Papa nos ha pedio ofrecer por esta intención.

Pido también la oración por el Retiro que del 7 al 11 de marzo los sacerdotes diocesanos viviremos, que sea de verdad un tiempo de gracia y conversión.

Nos colocamos bajo la mirada amorosa de la Virgen y que Ella nos acompañe en este nuevo comienzo, deseosos de hacer el bien.

Les bendigo con cariño, al inicio de la Cuaresma y de un nuevo año pastoral

+Guillermo

MENSAJE DE CUARESMA 2022

OBISPO GUILLERMO VERA

Muy queridos hermanos sacerdotes, diáconos, monjes, monjas, religiosos (as), seminaristas:

El miércoles daremos inicio al tiempo de Cuaresma. Les escribo estas letras que les invito a leerlas, espero que ellas nos animen a comenzar con ilusión este tiempo santo.

 Sabemos que Cuaresma es un tiempo de gracia, que nos dispone a celebrar con gozo y fruto el misterio pascual de la muerte y resurrección de Nuestro señor Jesucristo.

Cada año iniciamos con fervor y entusiasmo este tiempo santo. Cada uno hace sus propósitos y tratamos de cumplirlos. En el camino de la cuaresma avanzamos con decisión pero también experimentamos cansancios y desánimos, no siempre crecemos lo que esperábamos ni superamos nuestras deficiencias, con todo: creamos en el poder de la gracia, en la fuerza de un pueblo creyente que busca con sinceridad a Dios, creamos en que podemos cambiar y ser mejores, creamos en que nuestra oración, ayuno y prácticas de caridad serán de gran bendición para nuestra Iglesia y nuestro mundo, creamos que a Dios no le es indiferente el esfuerzo que ponemos por serle fiel, que Él ve nuestras luchas y que sin duda le dan gloria. Con fe le decimos: “Dale, Señor, al esfuerzo su mérito”

Como cada año, en Cuaresma se nos invita a vivir la caridad a hacer el bien. El mensaje del Santo Padre cuya parte del texto del comparto, va en esta línea.            

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

1. Siembra y cosecha

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas de bien» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Durante la Cuaresma estamos llamados a responder al don de Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz» (Hb 4,12). La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros (cf. St 1,21), que hace fecunda nuestra vida. Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser «colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente (cf. Ef 5,16) para sembrar también nosotros obrando el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra» (Carta enc. Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios.

2. «No nos cansemos de hacer el bien»

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» ( Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia [2]; pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar [3].  No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 166). Uno de estos modos es el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales, que empobrece las relaciones humanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral (cf. ibíd., 43) hecha de «encuentros reales» ( ibíd., 50), cara a cara.

No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 193).

3. «Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos»

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día» (ibíd., 11). Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón» (Is 55,7)”