Lecturas: Is 58,7-10; 1 Cor 2,1-5; Mt 5,13-16

Nadie puede poner luz en este mundo si no vive con espíritu fraternal. Esta es la condición que se expresa en este oráculo que encontramos en la última parte del libro de Isaías:

“Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (58,7-10).

Una cuarta parte de la sociedad vive de espaldas a las necesidades de las otras tres cuartas partes de la humanidad. Hablamos de la pobreza que atenaza a muchos millones de personas. Pero muchos de nosotros ni siquiera somos capaces de imaginar las situaciones dramáticas en las que viven y mueren los pobres.

Hay que promover un progreso “para todo el hombre y para todos los hombres”, como ha escrito Benedicto XVI, evocando una famosa expresión del santo papa Pablo VI. Tenemos que exigir a los gobernantes y a las grandes organizaciones internacionales que cumplan sus compromisos de justicia y equidad. Pero todos podemos hacer un pequeño gesto de fraternidad. Sólo entonces brillará nuestra luz.  

LA DEBILIDAD DE LA LUZ

En el texto evangélico que se proclama en este quinto domingo del tiempo ordinario, también Jesús emplea la imagen de la luz (Mt 5,13-16). Sus palabras no implican un mandato o una obligación moral impuesta por una norma. Sus palabras son una revelación. Sus discípulos son en verdad la sal de la tierra y la luz del mundo.

Es cierto que todos hemos de actuar de acuerdo con lo que somos. No podemos traicionarnos a nosotros mismos. Ni podemos defraudar las esperanzas que suscitamos en nuestro entorno. A las dos declaraciones de Jesús siguen algunas condiciones. La sal no puede volverse sosa. Y la luz no debe ocultarse.

Las imágenes son elocuentes. La sal se emplea para preservar a los alimentos de la corrupción y para darles sabor. La luz de la lámpara se coloca en alto para alumbrar a todos los de la casa. Pero la sal no es el fin de sí misma. Al cumplir su función desaparece. Y el aceite se gasta al dar luz al ambiente. Sólo da vida quien la pierde.

LA ALEGRÍA DE LA LUZ

En este momento en que se nos pide vivir con valentía “la alegría del Evangelio”, esta proclamación de Jesús resume la misión y el talante de los evangelizadores:

  • “Vosotros sois la luz del mundo”. Este título no es un privilegio de unos pocos: se aplica a todos los creyentes. Por tanto, no puede ser evocado con el fin de fomentar el orgullo de algunos que han sido llamados a seguir al Señor. Ser luz para el mundo señala la transparencia que se espera de todos nosotros.
  • “Vosotros sois la luz del mundo”. Este título no es un elogio dedicado a los más instruidos, a los más cultos o a los que pronuncian discursos más brillantes. Es una exhortación a dejarse iluminar por Jesucristo. Él se presenta a sí mismo como la Luz (Jn 8,12). Jesucristo ilumina a todos los que vienen a este mundo.

– Señor Jesús, tú te presentaste como la Luz. Y afirmaste que quien obra el mal odia la luz, porque pretende que sus obras sean desconocidas. Que el amor con el que nos dedicamos a los pobres de este mundo otorgue a nuestra vida la claridad y la transparencia que habrán de hacer creíble tu mensaje. Amén.

P. José-Román Flecha Andrés