Agnus Dei, Francisco de Zurbarán

Lecturas: Is 49, 3-6; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34

         Hagamos silencio interior para poder acoger el mensaje que Dios quiere entregarnos hoy. Este mensaje contiene una gracia para nuestras vidas.

         En el Evangelio Juan Bautista exclamó: «Ahí está el Cordero de Dios.» Esta frase repetimos en cada Eucaristía antes de la Comunión. Esto significa que estamos celebrando el sacrificio de Jesús en la Cruz. Se hace presente en el aquí y ahora. En el Apocalipsis Juan vio «El Cordero como sacrificado», es decir, a Jesús crucificado A Él le cantaban: «Eres digno de recibir el rollo y romper sus sellos, porque fuiste degollado y con su Sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación. En el Antiguo Testamento los israelitas sacrificaban un cordero en la Pascua, recordando y agradeciendo su liberación de la esclavitud en Egipto. Jesús es nuestro «cordero pascual», liberándonos de cualquier esclavitud de pecado grave para celebrar las alabanzas de Dios.

         Luego El Bautista contempló como el Espíritu bajaba sobre Jesús: Éste fue ungido por el Espíritu. Así Él puede bautizar o empapar, a sus seguidores con el Espíritu Santo. Este Espíritu puede animar, impulsar y transformar nuestras vidas. La espiritualidad es una relación vital con el Espíritu Santo que habita en nosotros. Jesús lo comparaba como «ríos de agua viva» que brota desde adentro del alma. Este «río de Agua viva» puede satisfacer nuestra sed de vida en plenitud. Cultivemos una sed, un deseo, de vivir desde «esta agua viva», que es el Espíritu Santo. Necesitamos tomar tiempo para escuchar lo que Dios está haciendo en su pueblo hoy o en mi vida personal. ¿Cómo puedo saber esto? Principalmente desde las Sagradas Escrituras; Jesús no solamente nos ha dejado una doctrina sana sino también nos ha dejado un ejemplo para hacer siempre «lo que al Padre le agrada». También es importante escuchar desde un silencio interior las inspiraciones del Espíritu Santo. También Jesús lo comparaba con el viento. No sabemos de «dónde viene ni a dónde se va». Muchas veces es un viento suave, casi inaudible. Las inspiraciones del Espíritu son certezas que intuimos. A veces exigen respuestas heroicas que cambian todo en la vida.

         El Espíritu Santo es El mismo que animaba a Jesús. Él lo obedecía siempre hasta entregar su vida en la Cruz.

         En la primera lectura, Isaías predice que el Siervo del Señor (Jesús) va a reunir no solamente a las tribus de Jacob; esto sería poca cosa. Más bien se ha hecho «luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra», hasta ¡Chile! Esto es el resultado de su sacrificio en la Cruz. Él se entregó a la muerte, y muerte en Cruz, para mí, para ti, para todos.

         Así el Dios de la verdad y la vida, nos infunde el amor. Este es el primer fruto del Espíritu de Jesús. El amor nos llena de vida y verdad. Tomar más consciencia del amor que movía a Jesús a entregarse por nosotros, nos mueve a entregarnos también para el bien de otros. Hoy en nuestra sociedad, en primer lugar, cada uno está llamado a vivir desde este amor gratuito de Dios; de allí va a dar testimonio de la alegría del Evangelio.

         Bajemos con Jesús al Jordán para dejar allí el hombre egoísta, y salir renovados por el Espíritu Santo; con y en Jesús escuchemos la voz del Padre: tú eres mi hijo amado, mi predilecto.

P. Jorge Peterson
Monje Trapense del Monasterio Santa María de Miraflores
Rancagua