Lecturas: Hch 5, 12-16; Apoc 1, 9-13, 17-19; Jn 20, 19-31
El Evangelio de hoy nos recuerda lo sucedido “al anochecer de aquel primer día” cuando percibieron la Presencia del Resucitado en medio de ellos. Aquel día nació nuestra fe en la Vida y la Esperanza que llena de sentido nuestra vida en esta tierra. La oscuridad y el miedo envolvían a aquellos que habían creído y habían seguido a Jesús.
“Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo”. Lo primero que se pone de relieve es la situación de la Comunidad después de la muerte de Jesús: Esta expresión manifiesta el miedo y la inseguridad en que vivían los discípulos, que no tenían todavía la experiencia interior de Jesús Resucitado. El miedo nos cierra a la Vida, a Jesús Resucitado, que es la Vida ofrecida siempre.
El miedo es el mayor enemigo de la Vida… El miedo nos atenaza. El miedo nos paraliza y nos cierra a una verdadera transformación, generando en nosotros sistemas defensivos que nos impiden relacionarnos bien con nosotros mismos y con los otros. Se encuentran encerrados y el miedo, tal vez, les obligó a reunirse y a compartir su incertidumbre… ¿Acaso, cuando tenemos miedo no nos ocultamos también nosotros detrás de las puertas cerradas de nuestro corazón, incapaces de salir fuera de nosotros mismos? ¿No nos encerramos en muros de defensa y de distancia respecto a los otros?
“Y en esto entró Jesús y se puso en medio” … Entró Jesús y la noche se convirtió en día, entró Jesús y les liberó del miedo y de la angustia. Ante su Presencia, los desencantados recuperan la esperanza… También dice que Jesús “se puso en medio”, es decir, Cristo es el centro de la Iglesia y de toda Comunidad. Toda comunidad cristina se hace en referencia a Jesús, el Señor. Que Él ocupe el centro de nuestra Comunidad y de nuestra vida.
“Jesús les dijo: Paz a vosotros”. Es como si les dijera: dejad ya vuestros miedos, vuestras frustraciones, dejad de dar vueltas a vuestras debilidades, dejad el negativismo, los sentimientos de culpa, dejad ya vuestras tristezas… “Paz a vosotros” … Jesús no les critica ni les juzga por sus miedos y sus momentos de infidelidad, no les hace ningún reproche ni les hace sentirse culpables sólo les dice “Paz a vosotros”: Sólo la certeza de su Presencia viva puede llevarnos a la paz. ¡Cuánta necesidad de paz tenemos en nuestro mundo actual!
“Y les enseñó las manos y el costado”. Las manos de Jesús son las manos que nos dan seguridad. Las manos que representan su actividad liberadora y también les enseño el costado abierto, símbolo de su amor sin límites.” Ellos se llenaron de alegría al ver al Señor”. El encuentro con el Resucitado es una experiencia de alegría ¿Que nos queda de esa alegría de la Presencia del Resucitado en nuestra vida? ¿Quién, sino El, puede llenar nuestro corazón de alegría?
Y ahora viene el gesto impresionante: “Exhaló su aliento sobre ellos… Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados”. Jesús sopla su aliento, es el Soplo de la Vida, de la nueva Creación y el envío a anunciar esta Vida, el perdón y la Paz para el mundo. Tendríamos que preguntarnos: ¿Nos dejamos perdonar y acoger la vida que Él nos ofrece siempre?
Por último, esta el problema de Tomás. Era un caso difícil… Dice el texto que “no estaba con ellos cuando llegó Jesús”. Tomás andaba más desesperanzado que ninguno y se había apartado de la Comunidad. Había puesto en marcha un mecanismo de huida, ante la frustración. Se había encerrado, además, en un funcionamiento racional: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no lo creo”. Y la vida, la belleza, el amor, no se puede percibir con la cabeza, sino desde el interior. La historia de Tomás se repite actualmente entre nosotros.
Tomás es el precursor del racionalismo, que ha creado el mito de la ciencia como última verdad. Necesitamos abrirnos a otra dimensión más profunda de nuestra vida que está más allá de lo racional. Todos llevamos en lo más profundo de nuestro ser una sed de Infinito. Por eso necesitamos abrirnos al Misterio que llevamos en el corazón que sobrepasa lo racional.
Jesús usa con él una terapia de choque diciéndole: “Aquí tienes mis manos… y trae tu mano y métela en mi costado”. Resulta conmovedor ver como Jesús acepta a Tomás tal como es y le permite introducir la mano en su costado, en sus manos y en sus pies. Y allí supera Tomás todas sus dudas, todas sus actitudes racionalistas. Por eso, cae de rodillas balbuciendo: “Señor mío y Dios mío”. Tomás da el paso definitivo a la confianza, se abandona, se rinde. Tomás, abierto de par en par a Aquel que es la Vida, adora a Jesús y le dice: “Señor mío y Dios mío”. Sólo la dulce Presencia del Resucitado puede hacer superar su falta de fe. Postrado ante El se convierte en el gran creyente pronunciando la mejor expresión de fe que aparece en el Evangelio: “Señor mío y Dios mío”.
En este domingo nuestra oración puede ser la misma de Tomás. Arrodillándonos interiormente decirle a Jesús Resucitado: “Señor mío y Dios mío”. Tú, Señor Resucitado, eres más fuerte que nuestras resistencias. Te haces presente en medio de nosotros: nos ofreces tu Paz y tu alegría. Tú has resucitado y permaneces para siempre con nosotros.
Padre Benjamín García Soriano