La vocación es un don y por lo tanto gratuito, es un regalo de Dios que se recibe. “Tiene algo de sorprendente, inexplicable…” Este regalo es un llamado del Señor que requiere de nuestra parte, una respuesta, y conlleva siempre un SI, un hágase («Fiat»), una renuncia a uno mismo, un dejar todo para seguir a Dios. Para ello, se necesitan “hombres atentos y dispuestos a oír lo que viene de afuera. Toda tarea y obra humana viene así de Dios y es para Dios. Es siempre una ofrenda, un sacrificio que da gloria a Dios.”  

En nuestra vocación, el monje vive la liturgia “como una suerte de adelanto, de primicia,  de signo aquí en la tierra, de lo que es la fiesta de la gloria celestial, un juego en que participa toda la creación, el juego definitivo, pleno, eterno, consiste simplemente en estar dando gloria a Dios gratuitamente, inútilmente, conjuntamente, incesantemente. Esta es la vida divina. ” (Romano Guardini).

“Cada juego tiene sus reglas y en ese juego se manifiesta su coherencia y armonía interior para comparecer en la Belleza… así los hombres podemos inventar nuestra forma de vida que es para dar gloria a nuestro Padre…”. 

Texto extraído de una carta de Don Fabio Cruz Prieto a su hija monja benedictina