Sermón de la montaña, Romain Eugène van Maldeghem

 

Lecturas: Lv 19,1-2, 17-18; 1 Cor. 3,16-23; Mt 5,38-48

Las tres lecturas de este Domingo tienen un mensaje común y bien claro. La primera dice: «Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo.» Luego S. Pablo nos recuerda: «¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en Ustedes?» Al final Jesús mismo nos urge: «Por tanto, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto.» Dios es santo y tiene el inmenso deseo de comunicar esta riqueza con nosotros. Nuestro simple desafío es aceptar su don. Sólo Él puede hacernos santos. Nuestra tarea es quitar los obstáculos a su acción. Negativamente significa superar nuestra tendencia a pecar; positivamente, es el esfuerzo de abrirnos a su plan en nuestra vida.

El Evangelio de estos domingos continúa el sermón de la montaña. En estos capítulos, S. Mateo ha reunido varios discursos de la enseñanza de Jesús. Es un resumen de lo que un fiel discípulo intenta vivir para parecerse a su Señor. Tenemos que volver a leer este texto, meditarlo y rumiarlo, muchas veces, para que penetre hasta lo íntimo de nuestra manera de pensar, sentir y actuar. En verdad, Jesús llevó a su plenitud la enseñanza de Moisés y los profetas.

         Pareciera que Jesús nos pide lo imposible. En realidad, dejados a nosotros mismos, es imposible cumplir lo que nos pide. Jesús mismo nos advierte: «Sin Mí no pueden hacer nada.» Pero la experiencia de S. Pablo era: «En Él que me conforta, puedo todo.» No estamos solos en esto, Él nos precede y acompaña.

         En la vida de los santos observamos dos cosas. En primer lugar, no nacieron santos. Como nosotros, tuvieron que luchar contra la tendencia de «pensar como los hombres, no como Dios». Tuvieron que elegir entre el bien y el mal. El Salmo responsorio nos conforta. Muestra la comprensión y tierna misericordia de Dios: «Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades… no nos trata como merecen nuestros pecados… Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.»

         Estamos llamados a ser «hijos e hijas de nuestro Padre que está en el cielo». Él ama a cada persona humana; desea el bien de cada uno. Quiere que seamos todos felices. Su programa es muy distinto de los de este mundo. En la segunda lectura S. Pablo nos ubica: «Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar sabio.» El Evangelio nos muestra que el camino de Dios es muy distinto al de nuestra manera de pensar. A veces es lo opuesto.

         Pidamos la gracia de vivir la riqueza que Dios nos regala: «todo es suyo, Uds. son de Cristo, y Cristo es de Dios.»

P. Jorge Peterson, OCSO
Monje Trapense, Monasterio S. María de Miraflores, Rancagua