Todos los años, al comenzar la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, nos reunimos  en la sala capitular para leer los capítulos de la Regla de San Benito que hablan sobre la Cuaresma, para escuchar el mensaje de la Abadesa y para pedirnos perdón y acogernos mutuamente con nuestras faltas. A continuación compartimos las palabras de Madre Alejandra:

“La creación, expectante,
está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”
del Mensaje del Papa Cuaresma –Rm 8,19

“Esperemos la Santa Pascua con alegría de espiritual anhelo.
Guardando la vida con toda su pureza”
 Regla de S. Benito 49,7 y 2

Por expectación se entiende algo como una esperanza cósmica nueva. El Papa Francisco ha puesto este tema de que “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”, para iniciar la Cuaresma este año. El Señor a través de las lecturas, homilías y personas, a través de los sucesos y acontecimientos, del estado del mundo y de nuestra comunidad, nos ha ido preparando para tener esta actitud expectante y a la vez de abandono en SU PROVIDENCIA, en SU SABIDURÍA. Pongamos nuestra mirada en la sangre preciosa de Cristo, derramada por nuestra salvación, que alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo. La Providencia de Dios sostiene todo el mundo y a cada persona. En cada uno, la caridad de Cristo transfigura su vida y así podemos alabar a Dios, y con la oración, la contemplación y el arte, hacer partícipe de ello, a todas las criaturas. Por ahí nos quiere llevar el Papa en esta Cuaresma para que haciéndonos participes en la REDENCIÓN de Cristo, viviendo como persona redimida, cooperemos con el Señor, beneficiándose así toda la creación.

Pidámosle que el dolor que vivimos por nuestra Iglesia pueda ser redentor. El misterio de salvación que ya obra en nosotros durante la vida terrena es un proceso dinámico que afecta a la historia y a toda la creación. Procuremos no tener un comportamiento destructivo hacia el prójimo y las demás criaturas y ni hacia nosotros mismos, sintiéndonos “los dueños”. El camino hacia la Pascua, es decir hacia la fiesta de la Resurrección de Jesucristo, nos llama a restaurar nuestro rostro, nuestro corazón, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del MISTERIO PASCUAL. Nos dirigimos hacia la Pascua, saliendo de nosotros mismos, aprovechando los medios que nos pone la Iglesia. Dios pone sus ojos en nosotros más que en todas las criaturas. Hace una alianza con el Hombre, y también con cada uno, ALIANZA que queda incompleta si no respondemos. Respondamos como María con un si holista, total.

Quisiera evocar una frase de Benedicto XVI que me pareció muy esclarecedora. Dice así:

“Al cuerpo se le pide mucho más que traer y llevar utensilios o cosas por el estilo -es decir, no solo lo práctico, lo psicológico o lo intelectual- se le exige un total compromiso en el día a día de la vida, se le exige que “se haga capaz de resucitar”, que  se oriente hacia la Resurrección, hacia el Reino de Dios […] el cuerpo tiene que ser “entrenado”, por así decirlo, de cara a la Resurrección. Recordemos a este propósito que el término “ascesis”, hoy pasado de moda, se traduce en inglés, sencillamente como “Training”: entrenamiento. Hoy día nos entregamos con empeño, perseverancia y mucho sacrificio para fines variados ¿por qué entonces no entrenarse para Dios y para su Reino? […] se trata de un ejercicio encaminado a recoger al otro en su alteridad, de un entrenamiento para el amor, un entrenamiento para coger al totalmente OTRO, a Dios y dejarse moldear y utilizar por El (El espíritu de la liturgia. Una introducción, Benedicto XVI).

Es más, al leer la Vultum Dei quaerere (Constitución Apostólica para la vida contemplativa, Papa Francisco 2017) vuelve a resonar este tema, tan propio de la Cuaresma. Al hablarnos de la ascesis, (VDq,35; instrucción Cor Orans, 248) se refiere a la purificación del corazón, tan típicamente usada por los monjes desde los comienzos del monacato: la pureza de corazón tan deseada por nosotras. Estos documentos dicen que la ascesis es un modo de controlar los instintos y orientarlos al servicio del Reino (Cor Orans, 248), y que también ha de  liberarnos de todo aquello que es típico de la mundanidad. Destaca la sobriedad, el desprendimiento, la entrega en la obediencia, todo se hace más radical y exigente para nosotras por la opción de renunciar al espacio, a los contactos, a tantos bienes de la creación como modo singular de ofrecer “el cuerpo” (VDq,35). El cuidado de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos; parece un buen modo de vivir la estabilidad como signo elocuente hoy.

La Cuaresma nos da estos instrumentos para este tiempo de Gracia que nos ayuda a reforzar nuestra relación de intimidad con Dios, con los hermanos, con la creación:

+ El ayuno para disponernos a recibir mejor las gracias del Señor acompañado de la oración. Este facilita que la mente se le eleve a las cosas del cielo y en satisfacción por nuestros pecados (Suma Teológica 2-2,q. 147, a.1). El ayuno de omitir las malas respuestas, el de la crítica a los hermanos, ayunar de la murmuración que nos pide San Benito. Y finalmente, el ayuno y la abstinencia que nos ayuda a ser solidarios con los demás a saber que compartimos eso que ahorramos con los más necesitados o los damnificados.

+ La Oración nos hace renunciar a la autosuficiencia y reconocer que necesitamos del Señor y de su misericordia, dejarnos sentir y vivir como “hijas o hijos amados”, siendo mas conscientes de nuestra interioridad, nuestra actitud interior, afirmada en el Señor y no en la mirada de los demás o en como nos ven. Aspirar en esta Cuaresma a crecer en nuestra interioridad, un reposo que nos permita una intimidad mayor con el Señor y poder estar mas presentes a lo que estamos en cada momento y necesariamente en el Oficio Divino.

+ Dar limosna, medio importante tradicional de la Iglesia que implica superar el acumular todo como si quisiéramos asegurarnos un futuro que no nos pertenece. Salir de nuestro egoísmo. Necesitamos abandonarnos, no buscar que nos agradezcan, que nos reconozcan, aunque todos necesitamos que nos quieran, que nos aprecien, procuremos hacernos fácil la vida unos a otros, con buen modo, con disponibilidad; busquemos más, amar que ser amados, busquemos más dar que recibir, como la oración de San Francisco, entera. En el fondo tiene que ser el SEÑOR nuestra ROCA. “El Señor que ve en lo secreto y te recompensará, que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda” (Evangelio). “Será partir al hambriento tu pan… Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria del Señor te seguirá” (Is 58). Esta es nuestra mayor recompensa. Todo queda escrito en el cielo.

Y otro elemento que este año nos pone el Papa Francisco:

+ La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón. Reconociendo la fuerza destructiva del pecado, lo palpamos que no se puede curar sin pedir perdón y sentirse perdonados. Apenas pase algo, luchemos por saber perdonarlo. “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. No acumular cargas. 

Reconocer lo que podemos mejorar, lo qué está mal, reflexionemos como el Hijo Pródigo que quiere volver, que quiere no hacer el mal y pedir perdón, animémonos a ese “training”, esa penitencia de pequeñas cosas, que nos permite sobrellevar las dificultades con fortaleza y superar los obstáculos confiados en SU PROVIDENCIA, como decíamos al principio. La SANTIDAD es creer que estamos sostenidos por un gran amor, por una relación de ALIANZA que Dios ha hecho con nosotros. Nos ha llamado, nos da una comunidad, una familia, no estamos jamás solos. Cada uno recibe por su inserción en la comunidad, en la familia, ese Rocío de Dios; mientras más insertos más recibe esa SABIDURÍA y ese resplandor de la luz, de la salvación. Nos da el GOZO de ser cristianos, de gozarnos de que el mundo sea obra de Dios. Vivimos la Cuaresma, haciendo el camino de la Pascua: no es sólo mi conversión, mi ayuno, mi penitencia o mi soledad, si no “ver con tus ojos ¡oh Cristo mío!”, ver con Sus ojos al hombre, a la creación, a Dios y en nosotros mismos, ver una criatura nueva. Preparemos el corazón para vivir esta cuaresma con esa actitud expectante, esperando la manifestación de los hijos de Dios, cuidando en lo que nos rodea, nuestros vínculos, nuestro espacio, nuestras conversaciones y pasa-tiempos (RB 49). Rescatemos el verdadero sentido de la cuaresma como preparación a esa gran fiesta de la Resurrección.

La Iglesia entera se prepara con estos 40 días en un ambiente de oración y reflexión. 40 días tan simbólicos en nuestra tradición. 40 días es un tiempo necesario para obtener algo importante. 40 días del Diluvio, 40 años de Moisés en el desierto, 40 días del misterio de Jesús en el desierto. Nos imponen la ceniza en la cabeza al empezar la cuaresma, recordando que nuestra vida es pasajera, y nuestra necesidad de convertirnos. Dios reitera su alianza con los hombres (MR Plegaria eucarística IV, 118). La cuaresma está entre los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico, especialmente cada viernes en memoria de la muerte de Cristo, es un tiempo apropiado para ejercicios espirituales como dice el CEC (1438) y otras acciones como signo de penitencia, Via Crucis o privaciones voluntarias que “ofrecemos espontáneamente a Dios con gozo del Espíritu Santo” (RB 49,6) particularmente cada uno.

En este momento fuerte de la Iglesia, ofrezcamos al Señor lo mejor de nosotros mismos y lo que nos cuesta, como ese sacrificio de Abel que ofrece las PRIMICIAS, un sacrificio que sube a la presencia del Señor. Lo presentamos en la mesa del Altar que es Cristo, y por el mismo Cristo, y al mismo Cristo.    

 M. Alejandra Izquierdo M.
Miercoles de Cenizas 2019