Bodas de Caná, Elena Cherkasova
“No les queda vino”. (Jn. 2, 1-11)
El Evangelio de hoy sitúa esta boda en Caná de Galilea, una pequeña aldea a 15 km. de Nazaret que algunos de vosotros conocéis. Jesús es invitado a una boda. La boda de Caná tiene un carácter claramente simbólico. En esa boda les faltó el vino. El vino en la cultura bíblica es el símbolo del amor y de la alegría. Quisiéramos que este vino no nos faltara nunca. Sin amor nadie puede vivir. Sin amor ¿qué sentido tiene nuestra vida?
“La madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda”
Lo primero que llama la atención es que el primer personaje que aparece en el relato no es el esposo o la esposa sino María. “Faltó el vino y la madre de Jesús, le dijo: no les queda vino”. El vino es el símbolo del amor y de la alegría. ¿Qué es una boda sin amor y alegría? ¿Qué podemos celebrar cuando estamos tristes y nuestro corazón está vacío de amor? A muchos hombres y mujeres de hoy les falta el vino del amor. Quieren celebrar una boda, pero no es posible. Ciertamente nuestro amor humano es frágil, el amor que nace sólo del deseo y de nuestras carencias afectivas termina siempre en frustración. ¡Cuántas veces se acaba el vino en nuestra vida! También a nosotros nos falta el vino: el vino del amor verdadero.
Es sorprendente la intervención de la madre de Jesús: “No les queda vino”. Su palabra es decisiva. Seguro que otros invitados han caído en la cuenta de la falta de vino, pero nadie se ha atrevido a hablar. María sí habla. María “existe” y nos enseña a nosotros lo importante que es atrevernos a existir y a no callarnos por miedo. María es capaz de decir la verdad. María nos revela lo que es la verdadera libertad: ¿Cómo ser libre? ¿Qué me hace libre? Lo primero es tomar conciencia de la situación en que vivimos como Maria.
María acude a Jesús y le dice: “No les queda vino”. La reacción de Jesús es desconcertante. A las palabras de su madre, que ni siquiera suponen una petición, Jesús responde: “mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”. Jesús no vive con María una relación de dependencia sino de libertad. También es significativo que María no se dirija al jefe del banquete, que es propiamente el responsable, sino que acude a Jesús. ¿Por qué? María reconoce que la solución está en Jesús… Sólo Jesús puede abrirnos a un amor nuevo, a un amor sin límites, a un amor que permanece para siempre; sólo Él puede sacarnos de la frustración y abrirnos el camino del verdadero amor y de la alegría. Solo Jesús puede despertar en nosotros el gusto por la vida y de una vida llena de sentido.
«Haced lo que Él os diga». Ante la respuesta desconcertante de Jesús, María toma por segunda vez la palabra y se dirige a los sirvientes: «haced lo que El os diga«. Es la última palabra que los evangelios recogen de María. Es una palabra permanente. Ella nos sigue repitiendo a cada uno de nosotros: “haced lo que El os diga”. María tiene toda su confianza puesta en Jesús y afirma que hay que hacer cualquier cosa que El diga. Ella es nuestro modelo en la fe.
“Había allí seis tinajas de piedra”. ¿Qué significa seis tinajas? Significan una religión vacía y reducida a creencias que no llevan al amor y a la vida… Sí, lo peor es que “las tinajas estaban vacías” es decir, esa religión legalista y doctrinaria hace imposible el amor y la alegría.
¿No nos parecemos en nuestra Iglesia a las tinajas vacías? No basta aferrarse a rituales vacíos y a normas llenas de prohibiciones. Justamente el número “seis” es el signo de lo incompleto. Necesitamos abrir caminos nuevos hacia una cultura del encuentro que llene de sabor nuestra sociedad.
«Llenad las tinajas, y las llenaron hasta arriba«. Después Jesús, que es sólo un invitado, se dirige a los sirvientes y les dice. «llenad las tinajas, y las llenaron hasta arriba«. Es una orden: Jesús no vacila, actúa con contundencia. Jesús les manda a trabajar, es decir, Dios necesita de nuestra colaboración para transformarnos y para transformar nuestro mundo, para ofrecer a todos el vino del amor y de la fiesta, para que el mundo se humanice y la fiesta del amor y de la alegría sea posible para todos.
“El mayordomo de la fiesta probó el agua convertida en vino… No dice “bebió el vino” sino “probó el agua convertida en vino”, es decir, lo que importa es el “gustar”, el saborear esa agua convertida en vino. Lo que importa es la experiencia de la vida, el gusto por la vida, esa experiencia que tanta falta nos hace hoy en nuestra vida hoy.
“Y el mayordomo llamó al novio y le dijo: todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos el peor” … No comprende que el vino bueno, que anuncia una situación nueva de vida, comienza en Jesús. Con Jesús Resucitado, comienza el amor y la alegría. El vino nuevo es el mismo Jesús Resucitado presente en nuestra vida... Gracias a El, a su Presencia, que permanece para siempre entre nosotros, nuestra vida humana puede lograr pleno sentido, el amor es posible y la fiesta puede ser permanente. Nuestra vida puede ser como una fiesta de boda.
Tal vez, ante el Evangelio de este Domingo, tendríamos que preguntarnos: ¿Qué hemos hecho de la alegría del Evangelio? ¿Qué necesitaríamos cambiar en nuestra vida para pasar de una vida insípida a una vida plena de sentido?, ¿No necesitaríamos hoy un cambio profundo en nuestra vida personal? No hay nada más grave en nuestra vida que nos pueda ocurrir como en las bodas de Caná, que nos falte el vino del amor y de la alegría.
En Jesús, el Señor se manifiesta la alegría definitiva: Nadie ha despertado tanta esperanza y tanta alegría como El. Nadie ha comunicado una experiencia tan profunda de Dios como Jesús. Jesús y su mensaje siguen siendo una fuente inagotable de vida. Gracias a la Presencia del Señor es posible que nuestra Fiesta no tenga fin, que nuestra vida humana pueda convertirse en una fiesta de boda con vino abundante del amor y de la alegría.
Volviéndonos al Señor Resucitado podemos decirle: Señor, te contemplamos hoy en la boda de Caná. Tú que vienes a ofrecernos a todos el vino bueno de tu Amor y de tu Alegría. Que seamos Buena Noticia y esperanza para todos los seres humanos.
Padre Benjamín García Soriano