Lecturas:
Re 17, 8-16
Hb 9, 24-28
Mc 12, 38-44

Las enseñanzas de Jesús penetran hasta lo secreto del corazón. Son una luz que ilumina los recovecos más oscuros de nuestra conciencia. Revela las motivaciones, conscientes o medio inconscientes, que subyacen en nuestro actuar. “El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira al corazón.” Para Él nada está oculto.

En el Evangelio de hoy, Jesús comentaba el actuar de algunos letrados. Su religión era interesada. Buscaban honores, aplausos y reverencias. Ellos tenía una espiritualidad, pero una espiritualidad mundana. Eran celosos por los ritos religiosos y la correcta conducta de la gente. Sin embargo, en vez de estar atentos a lo que agrada a Dios, predominaban sus propios intereses. Jesús nos enseña a ser auténticos; indiferentes a las alabanzas y al desprecio; más bien el Señor nos muestra que uno pueda ser feliz hasta cuando nos maldigan, o persiguen y publican toda clase de calumnias contra nosotros. Para esto, tenemos que estar centrados en Él. Actualmente, ser sacerdote o cristiano comprometido ¡es peligroso! Se expone a estar a desventaja, rechazado, o peor ser calumniado o escupido. Precisamente por ser verdaderos discípulos de Jesús.

Siempre es necesario examinar nuestras intenciones, purificar nuestras motivaciones: ¿por qué vamos a la Eucaristía,? ¿por qué me entrega para servir a otro? ¿por qué deseo ser sacerdote o monje? A veces nuestras motivaciones estén mezcladas. A menudo Dios mismo se encarga a purificarlas. Lo auténtico, lo verdadero permanece.

A todos nos gusta que hablen bien de nosotros, que nos muestren signos de aprecio y respeto. Es natural. Pero es necesario hacer todo para la gloria de Dios y no para “ser visto por los hombres”. ¿Deseemos servir a Dios o buscar el propio bien?

El ejemplo de la viuda pobre es conmovedor. Ella nunca hubiera pensado que alguien iba a tomar en cuenta lo que estaba

haciendo. Ni le pasaba por la mente. Es más probable tuvo que superar cierto temor de ser despreciada por entregar tan poco. Parece que ella tenía una necesidad interior de hacer este gesto exterior para expresar su agradecimiento y confianza en Dios. Ella quiso reconocer la bondad y la grandeza de Dios, entregando lo poco que había podido ahorrar con sus privaciones. Confiaba en su Providencia. Un autor dijo: “Ella era la personificación de esos innumerables pobres que no tienen prácticamente nada y, sin embargo, se les ingenian para dar algo de lo poco o nada que tienen. Además hay muchas personas capaces de sacrificar algunas horas o algunos días de trabajo sin pago para ayudar a otro.”

 Jesús miraba el corazón de esta pobre mujer y estaba muy contento a contemplarla; percibió que amaba a Dios sobre todas las cosas. Ella entregó a Dios “todo lo que tenía para vivir.” Tenía una confianza admirable en la Providencia de Dios. Nosotros a menudo miramos solamente las apariencias, sin ver la realidad escondida detrás de estas. «Nosotros vemos las apariencias, Dios ve el corazón.» Jesús nos enseña a ver como Dios ve. Lo que Dios espera de nosotros, no es lo que nos sobra, sino nosotros mismos, nuestra confianza. Como criaturas, nosotros pertenecemos a Dios; todo lo que tenemos o nuestras capacidades son un don. Al máximo, somos administradores de nuestros talentos o de nuestros bienes. Un administrador tiene que buscar conocer la voluntad de su patrón para serle fiel. La verdadera espiritualidad es una entrega a Dios, un ponerse por completo a su disposición. Es abandonarse activamente a sus planes.

Es lo que Jesús hizo: En la segunda lectura escuchamos: “Cristo se sacrificó una sola vez para borrar los pecados de todos los hombres. … Entró en el cielo donde está ahora en presencia de Dios a favor nuestro.” Esta es lo se celebra en esta Eucaristía: se hace presente aquí y ahora este único sacrificio de Cristo.

 María, como la viuda pobre, y aún más que esta, dio «todo lo que tenía para vivir» a Dios. Ella estaba totalmente confiada a los planes de Dios.

P. Jorge Peterson, OCSO
Monje Trapense del Monasterio de Miraflores, Rancagua.